Page 109 - Empatizando. Relatos para jóvenes
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No soy ese que dicen, les dije una y mil veces con rabia, con
sentimiento, con odio; y mi orgullo me sostuvo vivo, aguanté todo
lo que me hicieron.
Al día siguiente y para mi mala suerte, la tortura siguió, mis gritos
y mi llanto ya no tenían razón de ser, ellos no me creerían. Por un
momento pensé en seguirles la corriente e inventar una historia,
pero fui prudente en seguir diciendo la verdad. Vinieron más golpes,
gritos, torturas y hasta me quemaron las manos con un cigarro.
Hubo un momento, un instante en el que pensé rendirme y dejarme
morir. Sentí que tenía que encontrar la manera de despedirme de
mi familia, de pensar profundamente en ellos y sentir que podía
estar frente a ellos, y que, de alguna manera, me escucharían, que
escucharían mis pensamientos y mis sentimientos. Pensé que
sabrían que los amaba, que deseaba que no se preocuparan por mí y
que me estaba despidiendo de ellos, que no sufrieran por no verme.
Fue un momento muy difícil; pero me concentré mucho hasta que
sentí que podía ser posible. Cuando terminé de hablar con ellos
en esa conexión extraña pero intensa, sentí que me liberaba y que
estaba listo para morir, que ya no importaba lo que me hicieran esos
tipos.
Pedro Gómez, ¡tienes que decirnos qué estabas haciendo aquí y
dónde estaban los demás!, –ellos gritaban, pero yo ya no escuchaba.
Cerré los ojos y me puse a rezar en silencio, yo simplemente ya no
podía más.
Pasó un rato y alguien abrió la puerta, entró un policía gritando, ya
lo agarramos, ya tenemos al verdadero Pedro Gómez.
Sentí cómo los demás se voltearon a ver entre sí y luego me miraron,
se levantaron y salieron dejándome ahí. De rato vino otro policía
que simplemente dijo –una disculpa señor, lo confundimos con un
narco muy famoso de esta región que se llama Pedro Gómez, ya se
puede usted ir.
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