Page 28 - Empatizando. Relatos para jóvenes
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Llamé por teléfono a mi hijo para decirle lo que ocurría, tenía miedo
de que el hombre escuchara la conversación, así que le hable desde
adentro del closet. Le dije que habían sustituido a su padre y que no
sabía quién era ese hombre. Mis comentarios le parecieron extraños
porque me dijo que recién había encontrado a su papá en la tienda
y todo parecía bien, hasta que él le comentó que yo estaba un poco
rara, no supe si me estaba creyendo.
Llamé a mi hermana, le conté lo mismo, ella, atraída por la curiosidad
se dejó venir de inmediato a la casa; era la hora de la cena, le ofrecí
café con pastel, de repente, el hombre llegó y la saludó con mucha
familiaridad; ¡qué raro!, ¿cómo era posible que no viera que aquel
impostor no era Manuel?, ellos charlaron amenamente y luego ella
se fue diciéndome que me llamaría después.
Aquel hombre quiso tomar mi mano, pero yo me retiré con disgusto.
–Pues bueno, –dijo él.
A la mañana siguiente me llamó mi hermana, me dijo que no había
nada raro en aquel hombre, que se trataba de Manuel, que era el
mismo de siempre, incluso sus ademanes al hablar y la forma de
comer, ya que es poco tolerante al picante y no lo había comido
tampoco en la cena, además siempre se le quedaba algo de comida
en los dientes y se rascaba la nalga al ponerse de pie.
—Mira hermana, seguramente estás estresada o preocupada por
algo, descuida, no pasa nada, ese hombre es Manuel.
Pero no estaba tranquila, aquel hombre tenía algo en la mirada,
sus gesticulaciones al hablar, los movimientos de las manos. Nadie
podría convencerme de que fuera Manuel, ese hombre no lo era,
simplemente no lo era.
Empecé a ponerlo a prueba, hice todo lo que sabía que le disgustaba:
escondí el café en otro lugar, puse sus sandalias en el patio, arrojé
su toalla debajo de la cama, empecé a esconderle sus objetos
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