Page 32 - Empatizando. Relatos para jóvenes
P. 32
Mi mayor preocupación era tener suficiente crédito en el celular
para tener acceso o tener las contraseñas de los lugares a los que
iba —disculpe, ¿tiene señal de internet?, ¿me pasa la contraseña?,
yo me conectaba de inmediato. Me aterraba cuando me quedaba sin
batería o cuando me quedaba sin señal y me encantaban los lugares
con wifi; también disfrutaba los sonidos de mi celular cuando me
llegaban mensajes, era la mejor melodía del día y yo pensaba, ¿quién
será?, ¿qué escribieron?, ¿será de Raúl?
Llegué hasta el límite, más allá no se podía llegar, y todo empezó a
estar mal, muy mal.
Cuando llegué a la cima de todo eso, cuando sólo respiraba para
estar en las redes sociales, cuando alguna vez ya no supe qué más
decir de mí, y cuando sentí monotonía en mi vida, me di cuenta
casi sin querer, de algunas de las cosas que yo había dejado de lado
por meterme tanto en las redes sociales y odio decir, que mi mamá
tenía razón, publiqué cosas muy personales que algunos extraños
vieron y leyeron, dejé de frecuentar a la familia, ya no platicaba con
mis padres, no atendía la escuela de forma debida, no arreglaba mi
cuarto y era un desorden total, incluso en mi mochila, mi bolsa, mi
closet.
Mis papás me regañaban por todo, que porque no recojo mi
habitación, que porque no bajo a comer cuando ella me dice, que
porque no hago la tarea temprano, que porque no lavo mi ropa, que
porque no voy a las fiestas de la familia, por todo. La relación se
deterioró.
Empezaron a pasar algunas cosas que no eran ya tan agradables;
empecé a poner atención a lo que sentía cuando estaba a punto de
quedarme sin batería, cuando no tenía acceso a internet o a las redes
sociales, o incluso cuando se ponían lentas, me desesperaba y me
ponía inquieta y nerviosa. Recuerdo que una vez me pasó eso en el
metro, incluso las personas se me quedaron viendo como pensando
si algo grave me habría sucedido. —¿Estás bien, te puedo ayudar
30

