Page 40 - Empatizando. Relatos para jóvenes
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estábamos, él sólo me dijo —¡Ahorita vas a ver mamacita!, sólo pude
            pensar, ¡ya valió!, tomé el teléfono y le llamé a mi amigo, le dije
            rápidamente lo que estaba pasando, me pidió que colgara, que iba
            a hacer algunas llamadas; al rato, me volvió a marcar y cuando me
            dijo el nombre del dueño del taxi y el nombre del fulano que iba
            manejando, el tipo se puso furioso y le pedí que se diera la vuelta
            y me dejara en cualquier gasolinera. Todo el camino me maltrató,
            insultó y yo también a él; venía de regreso de la carretera que va a La
            Piedad, Michoacán. Por fin llegamos a una gasolinera de Irapuato,
            ahí le pedí que me bajara, abrí la puerta y se arrancó.


            Ahí estaba yo, a las 12 de la noche sola, con apenas 80 pesos en
            la bolsa (porque al subirme le había dado el dinero al otro tipo),
            con ganas de llorar y pensando cómo le iba a decir a mis padres
            lo que me había pasado. Pensé en mi mamá, en que podía meterla
            en problemas con mi papá por mi culpa…, de nuevo. Unos tipos
            empezaron a llamarme y a decirme que me llevaban, sentí miedo
            otra vez. Pero ahí había un taxista, un señor mayor que me preguntó
            a dónde iba. Casi  llorando le dije que, a  Salamanca,  se ofreció a
            llevarme por los 80 pesos que tenía. Ese señor no puede ser otro
            más que un ángel. Aún ahora, no sé cómo pudo pasar, que yo haya
            podido recibir esas llamadas de mi amigo que me salvaron, quién
            sabe de qué tantas cosas, ya que el teléfono casi no tenía batería.


            Hice muchas tonterías y de muchas cosas no me acuerdo, pero sí
            recuerdo el último trago, el que me supo asqueroso, el que tenía
            olor a la resaca y a la imagen de las crudas morales.

            Dejé de beber por una promesa que hice por mi abuelita muerta, mi
            mayor adoración. Ingresé a un grupo de alcohólicos anónimos donde
            conocí y compartí con el grupo en el que había varios integrantes
            del Escuadrón de la muerte, todos esos teporochos del mercado de
            Guanajuato que se hicieron famosos por tomar todos los días; ahora
            eran mis amigos y estaba aprendiendo de la vida con ellos.







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