Page 43 - Empatizando. Relatos para jóvenes
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Yo caminaba por las calles de un vecindario; y luego, muy decidido,
            entré a una casa muy grande. Adentro, había una anciana sentada en
            una mecedora. —Hola hijo, ¿cómo te fue?, yo no sabía quién era ella y
            porqué me preguntaba con tanta familiaridad sobre mi día.  —Bien, –le
            contesté. Fui a la cocina y vi que había muchos alimentos preparados,
            todos los que a mí me gustan, comí un poco de todo. Luego fui a la
            sala y me senté a su lado; lo que vi sobre la mesa me hizo sudar, había
            una fotografía y ahí estaba yo, con un par de ancianos, los tres con
            sombrero y estábamos en el malecón de Bahía de Cochinos, Cuba.
            Pero, ¡yo nunca había estado en Cuba!, no comprendía nada.


            Creo que eso me generó un poco de ansiedad, porque luego recuerdo,
            que estaba nuevamente en aquel consultorio. Como la terapeuta no
            estaba por ahí, tomé mis cosas y me fui. Pensé regresar a casa, tal
            vez los niños ya estarían por llegar de la escuela.


            Me dirigí a lo que pensé era la dirección de la casa, pero era la
            misma casa donde estaba la viejecita. Otra vez, movido por la
            curiosidad entré a la casa; ella estaba ahí, sentada en una mecedora,
            me preguntó sobre mi día, vi la comida en la cocina y la fotografía
            sobre la mesa de la sala. Exactamente lo que había sucedido
            mientras estuve bajo hipnosis, estaba sucediendo nuevamente.


            Salí de ahí agitado y sudando, y vi que enfrente estaba la que era
            mi casa. Me dirigí hacia ahí un poco asustado, pero tratando de
            buscar un poco de paz. Abrí la puerta, todo estaba intacto como
            en la mañana que salieron los niños, pero noté algo extraño,
            una fotografía que estaba en la mesa de la cocina. En esa foto
            estaba yo en traje de baño con una mujer y un par de gemelas
            como de cuatro años. De repente, escuché ruidos en la casa, un
            alegre alboroto. —Papi, papi, ya llegaste; corrieron las niñas y se
            abrazaron a mis piernas. Atrás de ellas, una mujer a la que no había
            visto nunca, llegó y me abrazó amorosamente. El resto del día
            estuve recorriendo la casa y viendo todo, era muy extraño. Al día
            siguiente sonó el teléfono, otra vez querían confirmar si asistiría



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