Page 50 - Empatizando. Relatos para jóvenes
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¿Dónde dejé mis llaves?



               Sonó el despertador a las cinco de la mañana, la verdad no tenía
            ganas de levantarme, pero entonces me acordé de todas las cosas que
            tendría que hacer ese día y de un salto me puse de pie, entré al baño,
            tomé una ducha, me puse lo primero que encontré en el guardarropa,
            bajé corriendo, comí cualquier cosa, agarré mi portafolio, celular,
            la máquina, mi bolsa y salí corriendo a la puerta, pero ahí me di
            cuenta de que no sabía dónde estaban las llaves. Empecé a buscarlas
            como una loca, en el sillón, en la mesa, en mi cama, en todas partes.
            ¡No puede ser!, ¿dónde están las llaves?; por fin las vi arriba de una
            mesita. Cerré y me fui a trabajar, nunca me di cuenta de que llevaba
            un zapato de uno y otro de otro par, tampoco que tenía un tubo para
            hacer chinos en la cabeza, además tenía pasta de dientes en la boca.
            No me di cuenta, hasta que me vi en el espejo retrovisor.


            Ese día estuvo de locos, dos reuniones, tres contratos, dos grupos
            visitantes, una auditoría a la empresa, comida con el jefe, un
            informe mensual y un artículo para la publicidad de la empresa. Así
            transcurre el día, sin parar, sin descanso, todo corriendo a un ritmo
            vertiginoso. No recuerdo cuándo hablé por teléfono a mis padres
            para saber cómo estaban o cuándo fue la última vez que me fui con
            las chicas a tomar un café o al cine. No recuerdo; creo que empiezo
            a darme cuenta de que ni siquiera recuerdo qué hice la semana
            pasada. Estaría perdida sin mi agenda, ella es la que dicta mis días,
            mis horas, mis minutos, todo está en perfecto control; aunque aún
            así, no faltan las cosas que salen de repente.

            Lo que empezó a preocuparme son los pequeños detalles, como lo
            es el hecho de que olvido mi cartera en la cafetería, que no sé dónde
            dejo las plumas y luego aparecen en mi cabello o en mi mano, que
            me bajo en el piso que no es y luego tengo que esperar nuevamente
            el elevador. O como la vez que dejé a una clienta sentada esperando
            dos horas para que la atendiera y yo…, lo olvidé. También olvidé que
            tenía que comer, sí, así había días. A veces llegaba a la casa cansada,




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