Page 54 - Empatizando. Relatos para jóvenes
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sus ojos viendo a otras personas. Incluso sentí celos de los meseros
            cuando íbamos al restaurante o del boletero del estacionamiento,
            sentía celos de todo y de todos.

            Me gusta su disposición para venir conmigo cada vez que llega del
            trabajo para que yo le interrogue acerca de su día; si vio alguna
            chica, si alguna chica le habló o acercó, si lo saludaron de beso, si
            alguien lo abrazó, si correspondió los abrazos, si estuvo a solas por
            algún instante con alguien, todo, debe contarme todo y decírmelo
            también. Le reviso el celular, su correo electrónico, sus estados
            de cuenta. A veces una sola palabra en el momento inoportuno
            desencadenaba el vómito de insultos, el llanto, el infierno, él sabe
            que si no lo hace va a haber algún tipo de problema entre nosotros.
            Cuando tengo muchas dudas acerca de las otras mujeres, viene a
            mi mente la rabia. Por esa razón decidí invertir algo de mis ahorros
            para comprar un aparato que detecta mentiras, sí, es algo como lo
            que usan los policías, pero portátil. Gustavo sabe que es el ejercicio
            de rutina de todos los días y él accede con gusto. Además de las
            preguntas lo olfateo para saber si huele a perfume y le reviso la ropa,
            ya sabes, algún cabello o lápiz labial, nunca he encontrado nada, sé
            que me ama.


            Me preocupa que otras personas piensen que exagero, incluso me
            han mostrado fotografías de mí cuando lo veo y lo que aprecio
            siempre es un rostro de desconfianza hacia él, de celos, de ganas de
            ser sus ojos para ver lo que está viendo. Con ganas de ser su cerebro
            para saber lo que está pensando. Este hombre a mí no me engaña.
            Me dicen que soy celosa, la verdad no lo creo o me cuesta trabajo
            pensar que es así, o tal vez, lo sea un poco. Yo me justificaba diciendo
            que si una persona me interesaba por eso era celosa o que era por
            miedo a perder a alguien que es lo mejor que me había pasado en la
            vida, que sólo cuido lo que es mío o que pudiera pasar que si alguien
            lo conocía perdería la cabeza por él; tal como me sucedió a mí, hasta
            llegué a decir que no eran celos sino maripositas enojadas.







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