Page 58 - Empatizando. Relatos para jóvenes
P. 58

—¡Qué riquísimas te quedaron las mentiras, casi me las como
                  todas!, y de seguro ese carro que dices tener ni siquiera existe
                  y si existe, ¡está en tus sueños!, de las personas falsas como tú,
                  yo sólo quiero una cosa, distancia.


            Me dolió mucho que ella me dijera eso. Tal vez debió ponerse a
            pensar que lo hice porque la amaba. Siempre, pero siempre la he
            amado, nunca, nunca, nunca debió decirme eso.


            Cuando mis padres y familiares se dieron cuenta de que yo mentía,
            dejaron de tomarme en cuenta, me pusieron apodos como Pinocho,
            Nariz puntiaguda, Mentikore y Pedro el del lobo, dejaron de creer
            en mí, incluso dejaron de ponerme atención cuando les contaba
            sobre algo. Mi madre me decía muchas veces —Como mi abuela nos
            decía, en la boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso.


            Todo era como una carpa de circo cayéndose, de repente sólo me vi
            viviendo en el cuarto de una vecindad, donde había estado durante
            más de cinco años, usando los mismos zapatos, mis dos únicas
            camisas y dos pantalones a los que había cocido la etiqueta de una
            buena marca. No tenía comida, ni dinero, ni a dónde ir, ni amigos,
            estaba completamente solo, con aquel celular que ya no recibía
            mensajes ni llamadas. Nunca me había sentido más solo en la vida.
            Por alguna razón las personas habían dejado de creer en mí y a mí
            también me costaba mucho trabajo creer en alguien más. Creo que,
            viéndolo ahora, todas esas personas creían en mí más de lo que yo
            merecía. Entonces me sentí muy enojado con la vida injusta que no
            me había dado lo que yo necesitaba, pobre de mí.

            Ese día tuve un sueño muy intenso, me encontraba en una especie
            de  laberinto  de  mentiras,  vi  a  mi  madre  diciéndome  —hijo,  no
            mientas más, libérate. Vi al maestro de la escuela que me decía de
            una forma muy calmada. —La mentira es la ausencia de la verdad.
            Vi muchas personas que no conocía reclamándome, ¡eres un fraude,
            mentiroso! Había un juicio de deliberación en donde yo estaba en
            el banquillo de los acusados, querían saber lo que era verdad y lo




            56
   53   54   55   56   57   58   59   60   61   62   63