Page 31 - Las gañas del perro y otras historias del lado oscuro
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—No te preocupes —respondió Juana mirando fijamente a Celia.
—De verdad que eres igualita a tu madre —dijo Juana con cara
de asombro.
—No es posible que hayas conocido a mi madre —decía Celia
tratando de entender lo que recién había dicho Juana—. Ella
murió cuando yo nací.
—Es una historia muy larga y difícil de entender —decía Juana
mientras llegaban al puesto de tacos—. Me encantaría contarte
sobre eso. He tratado de acercarme a ti para platicar, pero sé
que no le agrado a tu padre. Cada que intento acercarme a ti,
él se interpone y me pide que no los moleste. Mi madre y yo
no somos gente mala, por el contrario, tratamos de ayudar a
la gente.
—Lo sé —dijo Celia mientras tomaba la mano llena de ollín de
Juana—. Lo veo en tus ojos. Eres buena. Lo que acabas de
hacer, salvarme de esos tres tontos es la prueba mayor de tu
buen corazón.
A partir de ese momento Celia y Juana se volvieron grandes amigas.
Celia nunca le contó a su padre sobre su relación con Juana para
evitar algún tipo de confrontación entre ellos.
El olor a copal y flor de cempasúchil despertaron a Fidel ese primer
día de noviembre, sabía que le esperaban dos días de celebraciones
en las que no le interesaba participar, y que tendría que enfrentar
su eterna batalla de convencer a los demás de que esa celebración
no tenía razón de ser. Esos días prefería pasarlos en casa encerrado
y evitar ver cómo la gente despilfarraba su poco dinero en tontos
altares que no servían de nada.
A lo que nunca se había enfrentado, y no podía hacerlo, era al hecho
de que este año, su hija le había traído a casa lo que más había evitado
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