Page 20 - Preludio los días de mi juventud
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En el salón de clases, por la mañana, el maestro nos exigía el libro de
            lectura, el tintero, el manguillo, el lápiz y el cuaderno; en ese tiempo
            ya se usaba la pluma atómica, que después se llamó bolígrafo, no
            queriendo quedar atrás, compraba mis  juegos  de  plumas  con sus
            protectores para lucirlos en la bolsa de mi camisa y que la gente se
            diera cuenta que yo sabía leer y escribir.


            Unido a lo anterior, el maestro exigía presentar la tarea bien hecha
            y limpia; además de copiar bien la lección, nos obligaba a realizar
            ejercicios de caligrafía para la letra cursiva, nos dictaba palabras y
            frases que le permitían comprobar si ya sabíamos todo lo que él nos
            había enseñado.

            Me gustaba cuando el maestro decía, muy bien Aniano, prepárate
            para el examen oral que ya viene, y tus papás estarán presentes, vas
            a ser el primero en pasar al pizarrón.


            Algunas veces me castigaron por distraído, el castigo consistía en
            recibir un reglazo en la palma de la mano, al pasarle la respuesta a
            una niña que me gustaba para novia, el maestro me sorprendió y
            dijo ven acá, extiende la mano, ¡zas!, esto es por quererte pasar de
            listo.


            Los lunes a la hora de los honores a la bandera nacional, mencionaban
            mi nombre para pasar al frente a recitar la poesía que el maestro
            me había dado con anticipación y recitarla ese día. Oír mi nombre
            delante de todos era lo más agradable, participar en bailables, en
            comedias, en los desfiles de fechas nacionales y en los programas de
            viernes sociales, hacían de mí un ser importante.


            Nunca he olvidado a las personas que tenían sus changarros cerca
            de la escuela y a las personas que llevaban a vender sus productos del
            campo a las casas comerciales que estaban en el centro de Copala,
            me llamaban a la hora del recreo para que les hiciera y revisara bien
            la cuenta de lo que vendían y compraban; de inmediato leía en la
            romana o en la báscula el pesaje de los productos, ya fuera copra,




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