Page 21 - Preludio los días de mi juventud
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ajonjolí o maíz, anotaba en mi libreta el precio y hacía la operación
correspondiente, las personas en agradecimiento me daban para
comprar la paleta o la golosina de mi preferencia, regresaba a mi
salón de clases al toque de la campana bien contento.
A estas alturas, ya te das cuenta de mi procedencia campesina, mis
padres tenían su bajareque –casa de madera a dos aguas techada
con palapas o zacate– en la milpa, y desde allá me iba a la escuela,
la distancia que recorría de lunes a viernes era de cinco kilómetros,
a veces a pie, a veces en burro, el lugar se llama El Carrizo, del
municipio de Copala.
El primer problema fue cruzar el río que está antes de llegar al
pueblo de Copala, cuando llovía se ponía hondo y no dejaba pasar.
Para evitar este problema, mis padres al ver mi entusiasmo por el
estudio, aceptaron mi propuesta de ir a vivir de arrimado en casa de
personas de su confianza, a cambio de hacerles mandados y ayudar
en toda clase de menesteres. No fue fácil adaptarme al ritmo de vida
y a las costumbres de esas personas, sin embargo, logré mi propósito
de continuar estudiando hasta el cuarto grado de primaria.
Faltan muchas vivencias por escribir sobre mi niñez, quiero hacer
un reconocimiento a las personas que me brindaron su apoyo en la
época que lo necesité, en especial a don Goyo Reyes y a su esposa,
Emma Ramírez, a don Jeremías Ayala y a su esposa Dominga
Gutiérrez; por último, a Eleuteria y Evodia Bracamontes, madre e
hija, mejor conocidas como Matella y Maboya, ellas me quisieron
como hijo, a todos ellos agradezco sus buenos consejos, los cuales
dieron dirección a mi vida. Los guardo en el cofre de mi corazón y
se irán conmigo a la eternidad.
En el cuarto grado de primaria, me gustaba oír al maestro explicar la
clase del Sistema Planetario Solar, mi imaginación se iba al infinito,
quería saber cómo era que la Tierra giraba en el espacio, en una órbita
alrededor del sol, no conocía la teoría del Big-Bang; sólo entendía
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