Page 39 - Una vida dedicada a la enseñanza
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A medida que las calles de Guanajuato se estrechaban, las voces y
            risas de los habitantes se entrelazaban con el sonido de los pasos
            de María y Margarita. Se podía sentir la vitalidad de la ciudad, un
            pulso constante que fluía a través de sus venas de piedra y callejones
            serpenteantes.


            Margarita, a pesar de su edad, se movía con una gracia que María
            siempre había admirado. Cada paso que daba parecía contar una
            historia, un recuerdo de días pasados en la misma tierra. —Sabes,
            María, –dijo su abuela, cuando era joven, solía correr por estas calles
            con tus tíos. Era una época diferente, pero la esencia de Guanajuato
            siempre ha permanecido igual.

            María miró a su alrededor, tratando de imaginar a una joven
            Margarita, con el cabello flotando al viento y los ojos llenos de
            asombro y travesura. —Abuela, ¿alguna vez te arrepientes de haber
            pasado toda tu vida aquí?

            Margarita se detuvo por un momento, reflexionando sobre la
            pregunta. No, nunca, –respondió con firmeza. Cada lugar tiene su
            magia, y Guanajuato tiene la suya. No es sólo sobre los edificios y las
            calles, sino sobre la gente, las historias y las conexiones que se crean
            aquí. Estas raíces me han dado fuerza y propósito.

            María asintió, entendiendo un poco más la conexión profunda de su
            abuela con la tierra y la comunidad. Se sintió inspirada por el sentido
            de  pertenencia  y  propósito de Margarita,  y  deseaba  encontrar  el
            suyo propio en ese tapiz de historias y tradiciones. Con cada paso
            que daban juntas, María sentía que se acercaba un poco más a ese
            destino.


            Pasaron junto a una pequeña plaza donde niños correteaban jugando
            al balón, mientras que los vendedores ambulantes ofrecían paletas,
            tamales y otras delicias locales. María observó cómo un grupo de
            ancianos se sentaba en bancos de piedra, charlando animadamente
            y riendo. Cada rincón de la ciudad parecía tener una vida y energía
            propias.



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