Page 37 - Una vida dedicada a la enseñanza
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Pasaron frente al teatro Juárez, cuyas columnas doradas resplandecían
bajo las luces de la ciudad. Aquí, hace muchos años, vi mi primera
ópera, –recordó Margarita con un destello de emoción en sus ojos.
Era una obra sobre amores imposibles y destinos cruzados. La
música, las voces, todo era mágico.
María se detuvo un momento y miró el teatro con renovado aprecio.
Es sorprendente cómo un lugar puede guardar tantos recuerdos y
emociones. Cada piedra, cada rincón, tiene una historia que contar.
Margarita asintió. Así es, querida. Y es nuestro deber, como
guardianas de estas historias, es compartirlas y mantenerlas vivas.
No sólo las grandes leyendas, sino también las pequeñas anécdotas,
los momentos cotidianos que, juntos, tejen el tapiz de nuestra
cultura y herencia.
Continuaron su camino hacia la plaza de la Paz, donde la Basílica
de Guanajuato se alzaba majestuosa contra el cielo nocturno. Las
campanas repicaban suavemente, marcando el paso del tiempo y
recordando a todos la rica historia de la ciudad.
Margarita, apoyándose ligeramente en un banco de la plaza,
comenzó a contar otra leyenda. Esta vez, sobre un joven minero
que, desesperado por amor, había hecho un pacto con las fuerzas
ocultas para ganar el corazón de una dama inalcanzable. La trágica
historia, entrelazada con detalles del pasado minero de la ciudad,
cautivó a María.
Al finalizar el relato, María suspiró profundamente. —Abuela, tus
historias siempre me transportan a otro tiempo, a otro lugar. Es
como si pudiera ver, sentir y vivir cada momento que describes.
Margarita sonrió, —eso, mi niña, es el poder de la narración. No sólo
se trata de contar una historia, sino de hacer que quienes escuchan
se sientan parte de ella, que la vivan en su corazón. Es una forma de
enseñar, de conectar, de inspirar.
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