Page 41 - Una vida dedicada a la enseñanza
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Es sorprendente cómo cambian las cosas, y al mismo tiempo,
permanecen igual, –comentó Margarita, señalando una vieja
fotografía del jardín de la Unión. Mira, este lugar no ha cambiado
mucho desde entonces. Las mismas bancas, los mismos árboles.
Pero las personas, las historias..., esas cambian con cada generación.
María observó la imagen en blanco y negro, y luego miró por la
ventana hacia el bullicioso jardín. —Es verdad, abuela. Pero creo
que esas historias, aunque cambien, dejan su marca en estos lugares.
Como huellas que no se borran, Margarita asintió, tomando un sorbo
de su café. Exacto, y cada uno de nosotros es parte de esa historia,
dejando nuestra propia huella.
Después de un rato en silencio, María, con curiosidad brillando en
sus ojos, preguntó: abuela, ¿alguna vez te contaron la historia del
túnel que conecta la Alhóndiga de Granaditas con el cerro de la
Bufa?
La abuela sonrió misteriosamente. —Esa es una historia interesante,
¿quieres escucharla?, María asintió emocionada. Estaba ansiosa por
conocer más leyendas y tradiciones de su ciudad. Y sabía que su
abuela era la mejor contadora de historias que podría encontrar.
Margarita comenzó con una mirada nostálgica. Bueno, cuando yo
era niña, solían contarnos que debajo de las calles de Guanajuato
existían túneles secretos. Túneles que no sólo eran pasadizos para
el tráfico, sino también refugios en tiempos de guerra y escondites
para tesoros perdidos. Pero la historia del túnel que conecta la
Alhóndiga de Granaditas con el cerro de la Bufa es especialmente
intrigante.
A principios del siglo XIX, durante la guerra de Independencia,
se dice que el ejército insurgente planeaba usar ese túnel para
sorprender a los realistas que se refugiaban en la Alhóndiga, pero
la verdadera leyenda comienza con un joven minero llamado Pablo.
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