Page 47 - Una vida dedicada a la enseñanza
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—La educación, querida, no sólo se encuentra en los libros,
–decía Margarita mientras mezclaba ingredientes para hacer
mole. Está en nuestras manos, en nuestras historias, en las
canciones que cantamos y en las comidas que preparamos.
Está en el corazón de nuestro pueblo.
Una tarde, mientras caminaba de regreso a casa después de un día
en la biblioteca, María tuvo un encuentro fortuito. Se cruzó con el
joven maestro que había visto en el museo de La Corregidora. Lo
reconoció por su entusiasmo y energía al hablar.
Después de una breve presentación, María se enteró de que él, el
profesor Daniel, estaba trabajando en un proyecto educativo en
Guanajuato, donde buscaba integrar la cultura local en el currículo
escolar. Intrigada, María expresó su interés en aprender más y se
ofreció a ayudar.
Daniel, al ver la pasión y determinación de María, aceptó su oferta.
Juntos, comenzaron a trabajar en el proyecto, y con el tiempo, María
se convirtió en una pieza clave del equipo. El intercambio de ideas
y experiencias entre ambos fortalecía su visión compartida de la
educación. Y, sin darse cuenta, no sólo encontraron un aliado en su
misión educativa, sino que también comenzó a nacer entre ellos una
amistad profunda.
María estaba aún en la cúspide de su adolescencia, con una energía y
curiosidad insaciables. Aunque su encuentro con el profesor Daniel
había despertado en ella un deseo aún más profundo de dedicarse a
la educación, sabía que aún le quedaban años antes de poder entrar
de lleno en el mundo académico. Por lo tanto, decidió sumergirse
aún más en las tradiciones de Guanajuato y en las enseñanzas de su
abuela.
Octubre llegó rápidamente ese año, y con él, la preparación de los
altares de muertos, una tradición mexicana que celebra y recuerda
a los que ya no están. María siempre había ayudado a su abuela
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