Page 50 - Una vida dedicada a la enseñanza
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Los años pasaron con rapidez, la niña curiosa y soñadora que alguna
vez caminó por las calles empedradas de Guanajuato se convirtió en
una joven decidida, con un brillo especial en sus ojos. María había
dejado atrás la escuela primaria y ahora estaba en el último año de
secundaria, cada decisión que tomaba estaba guiada por su objetivo:
convertirse en maestra.
Margarita, a pesar de los achaques propios de la edad, seguía
siendo una fuente inagotable de historias y sabiduría. En una tarde
nublada, ambas se encontraban en el pequeño jardín trasero de la
casa, rodeadas de plantas aromáticas y flores de cempasúchil, que
ya comenzaban a florecer.
—Abuelita, cuéntame de nuevo sobre Catarino, pidió María,
mientras se acomodaba en una vieja silla de madera.
Margarita sonrió, su mirada se volvió distante, y comenzó:
Catarino era un hombre bueno, trabajador y muy cariñoso. Nos
conocimos en una verbena aquí en Guanajuato, cuando ambos
éramos muy jóvenes. Era la época de las serenatas y los bailes en las
plazas. Él tocaba la guitarra como ningún otro y yo..., bueno, yo me
dejaba llevar por su música.
María escuchaba con atención, dejándose llevar por las palabras
de su abuela. Durante el Día de Muertos, él siempre construía un
altar impresionante en honor a nuestros seres queridos. Las velas,
el aroma del copal, las flores..., era como si él tuviera la capacidad
de conectar con el otro mundo. Y quizá así fue, porque no mucho
tiempo después de nuestra última celebración juntos, Catarino
partió.
Las lágrimas se asomaron en los ojos de Margarita. —Pero siempre
lo recuerdo con amor, con alegría; cada que veo un altar, cada que
escucho una guitarra, siento que está aquí conmigo.
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