Page 53 - Una vida dedicada a la enseñanza
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—Él creía que cada planta tenía una historia qué contar, y solía
decir que si escuchabas con atención, podrías oírlas susurrar
sus secretos al viento, –continuó Margarita. Era su manera de
conectarse con la naturaleza, de entender el ciclo de la vida.
Las palabras de Margarita resonaron en María. Se dio cuenta de que,
de muchas maneras, su abuela estaba haciendo lo mismo con ella:
plantando semillas de conocimiento y sabiduría, esperando que
algún día florecieran y dieran fruto en la vida de María.
—Abuelita María –dijo con voz suave, quiero que sepas que todas
estas historias, todas estas lecciones, no caen en saco roto. Voy
a llevarlas conmigo, siempre. Y algún día, cuando sea maestra,
las compartiré con mis estudiantes. Quiero que sepan sobre
Guanajuato, sobre nuestra familia, y sobre todo lo que me has
enseñado.
Margarita sonrió, sus ojos brillaban con lágrimas de orgullo y
emoción. Mi niña, eso es todo lo que he deseado, que las historias y
tradiciones de nuestra tierra sigan vivas en las generaciones futuras.
Ambas se abrazaron, conectadas por un lazo invisible de amor,
tradición y aprendizaje.
Con la luz del atardecer bañando el patio, Margarita se quedó
mirando un punto fijo, como si estuviera revisando mentalmente
un álbum de recuerdos. María la observó, esperando pacientemente,
sabiendo que su abuela tenía algo importante qué compartir.
Después de unos momentos, Margarita suspiró y dijo: —sabes,
tu abuelo Catarino no siempre fue el hombre que te describí. Al
principio de nuestra vida juntos, trabajaba en las minas. Era un
trabajo duro y peligroso, y muchos hombres se refugiaban en
el alcohol para aliviar sus dolores y miedos. Catarino no fue la
excepción.
María se movió inquieta, sorprendida por la revelación. Margarita
continuó: él bebía mucho en aquellos días y con el alcohol, venían
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