Page 27 - De este mundo... y del otro
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el  camino  real;  atravesamos  por otras parcelas con  mucha vegetación
            y árboles, cuando llegamos al río, me esperaba un puentecito como de
            cuento, era apenas como de un metro de ancho con unos barandales a
            los lados, hechos con ramas de árboles, y cuando ya iba a llegar al llanito,
            la vereda empezaba a desaparecer, como quedando en el anonimato, en
            verdad que estaba agradecida.


            Antes de terminar la vereda, el niño mayor de los que me acompañaban
            me advirtió que, ese camino era únicamente para la gente de esa localidad,
            que hoy me estaban dando el permiso para transitarlo, que me lo había
            ganado, pero que no debía compartirlo con nadie más, que, si alguna vez
            alguien me acompañaba a la escuela, tenía que caminar por el otro lado.
            Yo agradecí con la misma solemnidad con la que el niño me habló, me
            despedí de ellos y salí de la vereda y…, ¡wow!…, me di cuenta que estaba
            muy cerca de la parada, justo en el planito en donde ya no había lodo, por
            primera vez salía con los zapatos limpios.


            Caminé hacia la carretera y cuando vi mi reloj, quedé aún más
            sorprendida, había hecho el recorrido en 15 minutos, ese sí que había
            sido un regalo, ahora mi recorrido iba a ser más corto, me evitarían la
            aguerrida lucha contra el lodo, pero me quedé pensando en algo más
            profundo, las palabras del niño, “este camino es únicamente para la
            gente de la localidad”, me lo había ganado, además de la presencia de
            los papás en la escuela, la fiesta y el acceso a la vereda, ahora gozaba de
            su confianza, ¡qué día tan especial!


            Los siguientes días se fueron poniendo cada vez mejores, aunque seguía
            caminando con lluvia, no había problema, pues el trayecto era más corto,
            además sin lodo, y…, cruzar el puente era memorable, escuchar el río era
            una melodía exclusiva, el paisaje, todo me iba poniendo en sintonía para
            tener una agradable jornada de trabajo.


            Los niños se destacaban por ser muy participativos, los recreos se ponían
            mejor, ya que las mamás habían hecho un rol y diariamente una de ellas
            llevaba un lunch para mí, y vaya que todas tenían una sazón exquisita.




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