Page 32 - De este mundo... y del otro
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seguíamos jugando; al cabo de un buen tiempo de amena distracción, los
            papás nos llamaron. —Ya niños, vénganse ya y tráiganse a la maestra.


            Entonces  todos los  presentes  empezaron  a  caminar  con  rumbo  a  la
            cúpula; cuál fue mi sorpresa que, al llegar a ella, todos tomaban una
            toalla, se quitaban la ropa mojada y la ponían sobre la gran pared curva,
            las mamás me entregaron mi toalla, mis chanclas, y yo, pues, hice lo
            mismo, me enredé la toalla y empecé a quitarme la ropa, colocándola
            sobre la pared convexa, después, como todos ellos, me formé sin saber a
            dónde íbamos.


            Las sorpresas no terminaban de llegar, cuando la fila fue avanzando, me
            percaté que los niños entraban en la cúpula a través de una pequeña puerta
            de aproximadamente 50 centímetros de altura, así que los adultos teníamos
            que agacharnos para entrar a gatas, cuando llegó mi turno, me arrodillé y
            empecé a caminar y…, ¡wow!…, el lugar era enorme, adentro había una
            banca de madera, muy bajita, pero daba la vuelta a todo el lugar, en el
            centro había un círculo en el que se encontraban unas piedras grandes de
            río, de las cuales salía vapor, y cuando estuvimos todos adentro, uno de los
            papás me dirigió unas palabras.

            Me dijo que lo que había sucedido el día de hoy, era extraordinario, ya
            que ellos eran conocidos por ser muy cerrados por no admitir fácilmente
            a los visitantes, pero que esperaba que en este momento comprendiera, ya
            que ellos tenían una gran responsabilidad, vigilar en compañía de Xóchitl,
            cumplir con el resguardo y cuidado de tan admirable lugar que había sido
            heredado por sus ancestros.


            Que como había visto, ni la comunidad, ni su zona arqueológica estaba a
            la vista de las personas, debido a que ellos deseaban que se mantuviera ese
            sitio con el mismo respeto con el que había sido construido, que agradecían
            que no hubiera mostrado deseos de subirme a las pirámides, lo cual me
            hubiera  sido  negado, y  que les había gustado mucho cómo  me había
            maravillado el hecho de conocer a su guardiana, a su pequeña zona, que
            para ellos era su gran tesoro, riqueza cultural que no todos valoran, ya que,
            en el pasado, a esas pirámides no subía cualquiera, por lo que los visitantes


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