Page 36 - De este mundo... y del otro
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pero el rabillo de mi ojo lo captaba todo, la señora se levantó lentamente,
            derechita, sin doblarse, en una sola pieza, despacito, y cuando quedó de
            pie, se fue acercando a mí, acompañándome hasta llegar al baño.

            Ya no podía soportar este martirio, tenía que enfrentar esta pesadilla que
            me estaba ocurriendo desde meses atrás, y todo porque vi una lumbre que
            salía allá en las ruinas de la hacienda, la verdad, si es dinero, no lo quiero,
            pero ya que se vaya esta señora.


            Para  colmo, me  esperaba  afuera  del  baño, y con esa  presencia  afuera,
            pues yo no podía, por más que me concentraba, era más mi miedo que
            mis ganas de hacer del baño, y lo que quería era salir corriendo; pero
            había dos razones que me detenían, si no hacía en ese momento, tenía que
            volver a salir, y no quería repetir el episodio, así que, me esforcé como los
            machos, me concentré y lo logré, aun sabiendo que me estaban esperando
            afuera, tuve que encontrar la paz necesaria para lograrlo y finalmente salir
            a enfrentar mi destino.


            Tenía que ser esta noche, ya no aguantaba más ese miedo, debía de armarme
            de valor y hablar con la señora, preguntarle que deseaba y esperar a que
            todo saliera bien. Así que, me acomodé la ropa, ajusté mi valentía y salí del
            baño, allí estaba la señora, viendo fijamente hacia el pueblo, su pelo y su
            vestido ondeaban con el viento, y cuando mi vista llegó a sus pies, no tenía,
            estaba flotando, mi sangre estaba helada, la piel chinita, y haciendo un
            esfuerzo sobrehumano, pude hacer que de mi boca salieran las palabras:
            —señora, ¿en qué la puedo ayudar?, sentía como si el tiempo se hubiera
            detenido, empecé a ver como su cabeza volteaba hacia mí y por mi mente
            pasaron miles de pensamientos.

            No, no vi cosas horrorosas, gracias al cielo, la obscuridad de la noche no
            me permitió ver su cara, pero sí estaba frente a mí, sentía su mirada, volví
            a preguntarle: —¿en qué puedo ayudarle, señora? De pronto, empecé a
            escuchar su voz, sentía que mi audición era aguda, sólo a ella escuchaba,
            nada más se oía, entonces me dijo que, allí donde había visto la lumbre,
            estaba enterrada una olla de dinero, que le mandara a hacer unas misas
            durante todo un mes, le prendiera unas veladoras, que cuando fuera a la


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