Page 35 - De este mundo... y del otro
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Terminamos nuestro cafecito, jugué con mis pequeños, los acompañé a sus
            camas, les di su besito y los arropé, el siguiente día era sábado, así que no
            irían a la escuela, por eso estaba seguro que caerían en un sueño intenso,
            no serían testigos de lo que iba a suceder, entonces, me quedé pensando,
            caí en la cuenta de que ellos tenían una razón, pero mi vieja, cuál era su
            excusa para dormir como piedra, lo que me llevó a pensar que era cierto
            eso de que, cuando te vienen a visitar, todos caen en un sueño profundo y
            aunque los muevas, les grites, no van a despertar.


            Menos mal, pensé, tan siquiera no se van a enterar. La Chío terminó de
            lavar sus trastes, me pasó a dar un beso en la puerta de la casa, mientras me
            echaba un cigarrito, ya sabía ella que todas las noches mi tabiro me traía la
            calma para poder dormir tranquilamente, así que, cuando volteé a verla,
            ya estaba en la cama bien dormida; terminé de fumar con toda la calma
            del mundo, veía a lo lejos la casa de mi compadre, que era la más cercana
            a la mía, la luz se extinguía detrás de los cerros, las estrellas se veía nbrillar,
            pero aquí en el bosque la penumbra era mayor y empezaba a reinar la
            obscuridad.


            Traté de sentir cómo andaba mi vejiga, cerré los ojos e imaginé ver el nivel
            de un tanque de agua, ni de chiste me salvaba, tenía que ir, nuevamente mi
            mente se llenaba de cosas y en mis adentros me repetía, —cálmate, qué tal
            que no pasa nada.


            Así que, me  armé  de  valor, volteé  a  ver  a  mi familia,  todos estaban
            profundamente dormidos, eso era una clara señal, y en eso, me percaté de
            que había un silencio total, ni coyote, ni grillos, nada, además, el foco de la
            casa alcanzaba a medio alumbrar la veredita que llevaba al baño, empecé
            a caminar, como no teniendo más remedio, y entonces me quedé frío, allí
            estaba otra vez, a medio camino, arregladito, acomodadito sobre la vereda,
            sentía inmediatamente como un escalofrío recorría mi cuerpo, pero ya iba
            caminando, lo que tenía que hacer era rodearlo y seguir mi camino.


            Antes de llegar, respiré profundamente, como no queriendo hacer ruido
            ni con los latidos de mi corazón, pero justo cuando casi  terminaba de
            pasarlo, ese féretro se abrió y salió una mujer de blanco, yo no quería ver,


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