Page 39 - De este mundo... y del otro
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Así, fui cambiando cada domingo unas cuantas monedas, que me
alcanzaban perfectamente para sus veladoras, la misa, el mandado y la
comida en la plaza para toda mi familia, hasta que finalmente la señora
pasó una noche por mi casa, y mientras me fumaba mi cigarrito, se alejaba
por mi vereda, como despidiéndose, como satisfecha de que le había
cumplido.
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