Page 40 - De este mundo... y del otro
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Los elegidos
Iba caminando para la escuela, solo, a través de un sendero entre árboles
y hierba, con el paso que llevaba, seguro llegaba a buena hora; adelante, ni
atrás de mí, nadie, ¿qué?, ¿hoy no hay clases?, o ¿qué?, me preguntaba, al
tiempo que aceleraba el paso.
Curiosamente, de vez en vez, escuchaba ruidos a los lados del camino,
como que algo pasaba corriendo, volteaba a un lado y al otro, pero no
alcanzaba a distinguir nada, sólo veía casualmente que la hierba se movía,
pero, nada de qué preocuparse.
Y así, llegué al claro que antecedía a la escuela, la cual estaba justamente
en una pequeña lomita. Siempre me había gustado mi escuelita, porque
desde lo alto se podía ver para todos lados, en la parte de atrás, junto al
cerro, como cuatro casas, a la derecha, la vereda que llevaba al río, ¡qué
bonito se escuchaba la cascada!, a la izquierda, la vereda por la que se va
una amiguita, y mero enfrente de la puerta, el sendero que venía desde mi
casa, y en medio de todo, bosque, mucho bosque.
Además, tenía un maestro muy bueno, él atendía a todos los niños, nos
juntaba por grados y nos enseñaba con muchos juegos, así ni se sentía
como se iba el día, cuando veíamos, ya era hora del recreo, salíamos a
comer el itacate que nos preparaban y un ratito de juego; después, unas
cuantas actividades más y de repente, ya era hora de regresar a casa, el
tiempo se pasaba volando.
La salida de la escuela era muy curiosa, porque, aunque éramos como
30, salíamos en bolita, pero cada quien agarraba su camino; a mí me
encantaba recorrer el sendero hacia mi casa, percibir tanta belleza en el
bosque y de vez en cuando ver una ardilla o un conejito.
Algo que me agradaba mucho de la escuela, era que al maestro Helio le
gustaba hablar de nuestros antepasados, de las maravillas que construyeron,
de cómo se curaban cualquier enfermedad con las hierbas de la región, y
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