Page 26 - El desarrollo de habilidades socioemocionales desde la práctica docente en preescolar
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frustraciones y dificultades que en ocasiones los alumnos lo manifiestan
            con actitudes dañinas (agresiones, llanto incontrolable, autoflagelación),
            ser tolerantes implica restructurar mentalmente la forma en que vemos
            estas conductas, y lejos de reprimir o condenar, brindemos empatía
            para formar un vínculo de confianza cada vez más profundo y llegar a
            una solución o acompañamiento.

            La  virtud  de  la  dulzura  se  manifiesta  como  aquel  temple  compasivo  y
            dulce característico de docentes de preescolar hacia sus alumnos, su trato
            paciente, la forma dulce de hablar, atendiendo sus necesidades, verlos con
            asombro, contemplando como logran su desarrollo día con día, la manera
            en  que se equivocan y vuelven  a  empezar  hasta  lograrlo, su ocurrente
            sonrisa, su sinceridad, el disfrute de su lonche minutos antes de empezar
            a correr como si no hubiera fin en los patios que se llenan de carcajadas;
            donde la docente sonríe, abraza y hasta consuela a cada alumno con aquel
            amor donde el alumno se siente reconfortado.


            Asimismo, la virtud del amor puede verse como una empatía extendida
            hacia los  alumnos, de entender  sus  necesidades y  responder a ellas, de
            crear un lazo armónico entre ellos, que considere el trato amable hacia los
            alumnos, los alumnos lo ven reflejado por medio de reforzadores sinceros
            hacia ellos, de palabras de ánimo, de emoción a lo que ellos realizan, de
            preocupación cuando ellos faltan o se sienten mal, lo perciben por medio
            de las palabras que demuestran una admiración hacia ellos, un abrazo o
            sonrisa. Estas acciones reafirman la posibilidad de amar lo que se hace:
            enseñar.

            Las actitudes dentro del aula que acompañan a un docente virtuoso son
            poder reconocer las diferencias humanas de cada alumno y comprender
            que cada uno tiene virtudes y áreas de oportunidad distintas, dependiendo
            en gran medida de sus vivencias, contexto y cultura. Ser conscientes de que
            los jueces más justos de nuestro trabajo son los alumnos, que con cariño
            nos expresan aceptación, amor, y en ciertos casos rechazos, e indiferencia;
            depende de nosotros lograr los dos primeros; claro está, porque estaremos
            impactando de manera benéfica a los posteriores niveles educativos.


            Al tratar con alumnos de tres a cinco años debemos de estar conscientes
            que habrá limitantes donde necesitarán de nuestra ayuda, pero



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