Page 71 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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A los adolescentes secundarianos de mi generación les estaba vedado el
acceso, pero a sus hermanos mayores de 18 años, no, y eran éstos los que les
hacían una amplia reseña de sus eventuales visitas al lugar, misma que, con
pelos y señales, aquéllos les narraban después a los compañeros varones, en
los descansos entre clase y clase.
Las chicas, desde que veíamos el moloch de chavos en tomo a un elocuente
narrador y oíamos las ruidosas exclamaciones y los comentarios que
suscitaban sus emocionantes relatos, ya sabíamos con seguridad de qué
estaban hablando.
Lo importante es que aquellas personas de las que hablaban, ejercían su
humana actividad bajo un techo, en espacios privados y contaban con
bastante seguridad, ellas y sus usuarios, pues había un módulo policíaco
permanente en las inmediaciones. En el hospital O’Horán se contaba
con área médica a la que periódicamente acudían para ser checadas y
contaban con un carnet sanitario que indicaba su estado de salud.
Si se embarazaban, tenían derecho a ser atendidas en el propio hospital,
sin costo alguno, ellas y sus hijos.
Yo no recuerdo haber visto nunca a ninguna prostituta, como se les
llamaba entonces a las que ahora se denominan sexoservidoras, en la calle
o en algún lugar público, a pesar de haber estudiado casi toda mi vida en
el Centro Escolar Felipe Carrillo Puerto, que era vecino del mercado y
el comercio en general. Los sarasas eran muy escasos y no se ostentaban
como tales, nunca.
Lo cierto es que el panorama actual en este rubro es deprimente. Su
mercadeo es ostensible a todas horas y en todo lugar.
La salud de esas personas no importa a nadie y, por ende, la de sus hijos,
los cuales sufren el rechazo de la sociedad, al igual que sus progenitoras,
y el olvido absoluto de quienes ejercen la autoridad en nuestra ciudad y a
quienes compete velar por el bienestar de todos los meridanos.
¿Será que sólo los que ejercen la prostitución y sus descendientes son fruto
del pecado original?
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