Page 83 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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Como verán, era la versión del aguila o sol, aunque sin monedas. Pero
ya habíamos invertido tiempo y esfuerzo en colectar las cajas; recortarlas
cuidadosamente, apilarlas y ponerles su liga al paquete.
Los clásicos Yakses casi siempre eran sustituidos por piedrecitas o guijarros,
incluyendo la pelotita.
Con la misma dinámica de la Gallina Papujada; es decir, con los pies
colgando y sentados en hilera, se jugaba también Don Juan Garabato o el
juego de Las Cintas. A los participantes los arengaba un guía, quien decía
en voz alta la siguiente rima, que en realidad se convertía en un diálogo:
Guía: / “En la esquina de don Juan Garabato mataron un gato y dicen que
lo mató la cinta roja”/ Por ejemplo. Cada participante tenía previamente
asignado el nombre de un color, a lo cual aquél respondía:
— ¿Yo, señor?
— ¡Sí, señor!
— ¡Pues no, señor!
— ¿Y quién, señor?
— ¡La cinta verde!
Por ejemplo. Incluso el participante podía culpar al propio don Juan
Garabato y continuar el diálogo con éste, hasta que alguno se confundiera
y pasaba a ser el guía.
Estos juegos eran de resistencia, hasta que se aburrían los participantes.
Pero qué momentos tan felices, tan despreocupados, una niñez auténtica.
Los chiquitos teníamos nuestro mundo, nuestros espacios, nuestros códigos.
A propósito me centro aquí en el análisis de los juegos en los que la palabra
era la rectora, el instrumento guía; como en el clásico:
— ¡Veo, veo!
— ¿Qué ves?
—¡Una cosa!
— ¿Qué cosa?
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