Page 81 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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La Gallina Papujada puso un huevo en la cañada
puso uno, puso dos, puso tres...,
la gallina papujada te manda
esconder los pies,
(o un pie).
La rima podía terminar en tres, seis o diez, que son palabras que riman
con pie o pies.
Si fallabas o no obedecías la orden por distracción u otra causa, el guía
tenía la facultad de sacarte del juego o de darte un chance más. Si había
algún elemento externo que quisiera entrar al juego, podía entonces ocupar
el lugar del fallido.
La mayor parte de los niños de entonces teníamos asignado en nuestras
casas en un rincón con una mesita o una caja de jabón espuma o cualquier
otro producto, donde manteníamos al resguardo nuestros tesoros infantiles,
que podían ser: latas con huesos de tamarindo, corcholatas, etc., o papelitos
de colores que habían sido envolturas de caramelos, cajetillas de cigarros,
en fin; cosas, cosas nuestras y de nadie más.
Con las semillas de tamarindo, fruto cuyos árboles existían en casi todos
los patios de las casas de mi barrio, jugábamos algo que, a estas alturas de
la vida me doy cuenta que conllevaba un gran valor educativo, puesto que
desarrollaba la memoria, la atención, el cálculo matemático incipiente, la
mímica y la disciplina para seguir una rutina señalada, total, que abarcaba
en sí lo cognitivo, y lo formativo simultáneamente. La mecánica era la
siguiente:
Dos participantes se ponían de acuerdo en cuanto a cuotas a pagar por
cada jugada. Uno de ellos tomaba un puñado de semillas en una mano,
cerrando el puño y poniendo las dos manos a la espalda. El otro atendía a
la rima y respondía en su momento, ésta decía así:
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