Page 68 - Colección Rosita
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—¡Libre!, gritó Melania, —¡aquí somos libres!


               —¿De verdad eso crees Melania?, preguntó Umay con sorna, —¡aquí
                  nunca se puede ser libre!


            Melania  tenía  dudas. Llevaban poco tiempo  en el  mundo y ya habían
            conocido a una humana, las cargó en sus manos y las llevó al mar, luego
            conocieron a Meche, las paseó entre las olas, haciéndolas disfrutar como
            enanas y al mismo Umay, agradable y sabio que las protegía, entonces,
            ¿por qué decía que era peligroso?


            Isla, al borde de la desesperación, se comía las uñas, ya era mucho, sus
            pequeñas amiguitas no aparecían y su carita se iluminó cuando las vio
            bajar de su improvisada barca.


               —¡Vaya,  por  fin llegaron!, dijo,  corriendo  alborozada,  —ya  las
                  extrañaba.

            Isla tomó la diminuta barca entre sus dedos, Melania y Bertín subieron
            hasta la palma de su mano.


               —¡Deben tener hambre!, dijo depositándolas en el pasto, a la orilla de
                  la banqueta, —aquí se pueden alimentar hasta saciarse.


               —¿Tú no vas a comer nada?, inquirió Melania, levantando una ceja.


               —¡Jajajaja!, se carcajeó Isla agarrándose la panza, —¡yo no como pasto!


            Isla esperó paciente a que sus amiguitas se alimentaran. Tenía pensado
            llevárselas a casa en un frasquito preparado para ellas, en donde estarían
            cómodas y a salvo.


               —Entren aquí, dijo, poniendo el frasco en el suelo, —estarán protegidas
                  de todos los peligros del mundo.




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