Page 46 - Las gañas del perro y otras historias del lado oscuro
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—Su cuerpo estaba momificado, a pesar de tener sólo 24 horas
                  desaparecido, su rostro era lo más escalofriante; parecía que
                  antes de morir había visto algo espantoso. Las cuencas de sus
                  ojos estaban vacías y su boca se había abierto más de lo que
                  una mandíbula normal podría abrirse.


                —Pero eso ocurrió hace muchísimos años.


                —Desafortunadamente no es así. En todos estos años ya se han
                  reportado más de 50 casos similares. La gente no reporta a
                  sus muertos porque dicen que nadie les cree que una mujer
                  de blanco se los chupó. Los cuerpos son enterrados en el
                  cementerio cercano, casi a escondidas. Ya nadie va a ese río, y
                  menos de noche.


                —Pero tío, esas son sólo leyendas urbanas. La gente suele inventar
                  cosas para justificar lo que no pueden explicar.


                —No mi’jo, no son cuentos —el tío Federico se recargó en el
                  respaldo de la silla de madera y cruzó los brazos, mientras
                  miraba las caras  de miedo y preocupación de todos los
                  miembros de la familia—. Esto que les voy a contar, sólo mi
                  querida Virginia lo sabe. No lo había querido comentar por
                  miedo a que me tomaran por un loco que sólo quiere espantar
                  a los demás. Yo la vi, es real, no es un cuento para espantar
                  niños chillones.


            Hace  más  de 40  años,  antes  de conocer  a  Virginia,  yo  trabajaba
            cerca de aquí con don Cuco, un vecino que tenía un terreno donde
            se sembraba maíz, su sembradío estaba justo a unos metros del río
            Chico que hoy es conocido como río del Toro. Yo necesitaba dinero
            para comprar mis libros de la prepa, así que le pedí a don Cuco que
            me dejara trabajar por las tardes manejando su tractor con el que
            marcaba los surcos para sembrar el maíz. Una tarde, después de mi
            última clase, tuve que ir a la biblioteca a hacer una investigación,
            la cual me llevó más tiempo del que yo esperaba, por lo que llegué




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