Page 50 - Las gañas del perro y otras historias del lado oscuro
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El sacerdote y el taxi
Esa tarde de viernes, Pedro, el papá de Jaimito se despedía de
él como lo había hecho por más de 10 años. Pedro era taxista. Las
personas que lo conocían lo consideraban el mejor taxista del mundo
debido a su buen trato con sus pasajeros. Su trabajo como taxista
le sirvió para sacar a su familia adelante. ¿Qué otra cosa hubiera
podido haber hecho Pedro para mantener a su linaje después de
haber sido despedido de la fábrica de dulces hace ya más de una
década? Esa pregunta fue por mucho tiempo la causa de muchas
noches de insomnio en la vida del taxista.
Después de darle un beso a su esposa y chocar los puños con su hijo
de cinco años, Pedro tomó las llaves del taxi y salió en busca de su
primer pasajero de la noche. Pedro trabajaba de noche, ya que el taxi
que conducía lo compartía con el dueño del mismo vehículo, quien
lo manejaba durante el día. Los peligros a los que se enfrenta un
taxista que trabaja de noche son muchos, los compañeros taxistas
contaban sus desagradables experiencias como los frecuentes robos
o gente, que, bajo la influencia del alcohol, resultan ser un peligro a
altas horas de la madrugada. Afortunadamente para Pedro, ninguna
de esas desaventuradas experiencias lo habían alcanzado aún.
Pedro solía contar a sus familiares sobre un incidente ocurrido tres
años atrás cuando comenzó a trabajar en las madrugadas. Era noche
de los santos difuntos y ya pasaba de la medianoche. Transitaba por
la avenida Zaragoza cuando una pequeña figura le hizo la parada.
Era una dama de aproximadamente 55 años y un poco regordeta.
La señora usaba una falda floreada y un rebozo oscuro que le cubría
la cabeza. Al abordar la unidad, Pedro se dio cuenta que la pasajera
llevaba dos bolsas de mandado, quizá hechas de plástico color verde.
—Buenas noches, joven.
—Buenas noches, señora, ¿a dónde quiere que la lleve?
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