Page 53 - Las gañas del perro y otras historias del lado oscuro
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Pedro dio dos pasos más hacia atrás, estaba listo para salir de ese
lugar cuando una mano se posó sobre su hombro, casi mojó sus
pantalones.
—Perdón, joven. No quería asustarlo —era la señora que Pedro
recién había dejado unas cuantas casas atrás—. Lo vi desde mi
ventana y me preocupé ya que noté su coche parado en medio
de la avenida, pensé lo peor. ¿Se encuentra bien?
—Manejaba el auto listo para salir de aquí cuando me pareció
ver un niño, o algo que se atravesó en mi camino. Pensé que lo
había atropellado, me espanté y bajé para ver de qué se trataba,
pero no encontré nada.
—¿Los escuchó?, —preguntó la señora.
—¿Los niños?, — aún asustado trató de responder—. ¿Las cruces
son de…?
—Sí, son de ellos.
Hace ya bastantes años, cuando recién llegamos aquí, habían mucho
niños. Algunos era mis nietos, ahijados y vecinitos que vivían muy
felices. Somos una comunidad muy pobre, pero al jugar, los niños
olvidan todas las carencias que los rodean.
Una calurosa tarde, varios niños jugaban fútbol sobre esta avenida. A
lo lejos vimos el camión de nuestro vecino Tomás que transportaba
agua. Él vivía a tres casas de la mía.
Siempre llegaba a su casa por la tarde y estacionaba la pipa por allá,
a unas cuantas casas de aquí.
Esa tarde, todos vimos la pipa acercarse, como de costumbre. Los
niños jugaban. Esperábamos que Tomás se estacionara como de
costumbre. Pero esa tarde, algo terrible pasó, Tomás había bebido
bastante y se quedó dormido al volante.
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