Page 23 - Una vida dedicada a la enseñanza
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Al finalizar la tarde, ambas decidieron visitar el Callejón del Beso
al día siguiente. Sería una forma de acercarse más a la historia, de
sentir la presencia de aquellos amantes y de encontrar inspiración
para plasmarlo en palabras.
A la mañana siguiente, el cielo se mostraba despejado, y los primeros
rayos del sol iluminaban las calles empedradas de Guanajuato. María
y Margarita, con el entusiasmo de dos aventureras, caminaban de
la mano hacia el Callejón del Beso. Margarita, a pesar de sus años,
mostraba una vitalidad envidiable, y María, con su cuaderno bajo el
brazo, sentía una mezcla de emoción y curiosidad por lo que iba a
descubrir.
Al llegar, el estrecho pasillo de piedra parecía detener el tiempo.
Las paredes, tan cercanas entre sí, dejaban apenas un resquicio por
donde se colaba el sol. Margarita señaló hacia arriba, donde dos
balcones se enfrentaban en una distancia tan corta que, como decía
la leyenda, se podían tocar con las manos.
María se imaginó a Ana y a Carlos, robando momentos a escondidas,
compartiendo miradas y palabras cargadas de amor y desesperación.
El lugar, impregnado de romanticismo y tragedia, parecía susurrar
secretos del pasado.
Margarita, con un tono sereno y reflexivo, compartió: estos lugares
tienen alma, María. Cada piedra, cada esquina guarda historias que
quizás nunca conoceremos en su totalidad. Pero lo importante es
que estas historias siguen vivas en la memoria colectiva, en las
leyendas que pasamos de generación en generación.
Después de un momento de silencio, María apoyó su espalda contra
una de las frías paredes del callejón y comenzó a escribir. Margarita,
a su lado, se limitó a observar, respetando ese espacio sagrado entre
la joven y sus palabras.
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